A menudo (casi siempre) cuando uno toma la decisión de apostar por una opción, las cosas ni salen a la primera ni como nosotros las deseábamos. Entonces parece llegar lo que llamamos ‘fracaso’, ante lo que nos planteamos: ¿y ahora qué? La respuesta parece clara: seguir o dejarlo.
¿Cómo decidir? Ojalá fuera tan simple como dar unos tips sencillos y para todos los públicos… pero lo que sí diría, como guía general, es que, cuando decidas, que seas tú el que decida y no la situación. Para eso, hay que recordar los motivos, pues en ellos encontramos el sentido que nos ayuda a aferrarnos a ese sueño que tuvimos una vez y que la realidad a veces se empeña en difuminar.
Hay momentos, especialmente cuando uno estudia una oposición diez horas al día, en los que uno se encuentra tibio, indiferente, o incluso, desanimado, triste y agobiado por un mal resultado. En estos días, donde parece que cualquier otra opción es mejor: perseverancia. En una sociedad donde reina la gratificación instantánea, el hecho de tener que pasar por momentos de amargura y frustración puede no parecer lo más adecuado. Ahí hay un mensaje tramposo: nada que merezca la pena tener en la vida (el amor, un trabajo que llene), pasa por la lógica del resultado inmediato.
Aquí es donde debemos recordar que Dios nos hizo lo suficientemente fuertes como para desvivirnos por un sueño y que se puede encontrar plenitud en el esfuerzo diario, independientemente de los resultados a corto plazo. El reto es descubrir cómo Dios también está en esa cruda realidad que se impone y que parece alejarnos de nuestros sueños. Yo respondería de tres maneras.
En primer lugar, soñar algo una y mil veces nos hace valorarlo más. Esta espera, ese anhelo van mano a mano con el agradecimiento. Si examinamos nuestro día con detenimiento no faltarán momentos de ver a Dios en la rutina que se repite de nuevo cada mañana.
En segundo lugar, tenemos la oportunidad de descubrir a un nuevo Dios: el Dios de los Nuevos Comienzos (o el Dios de Lo Que Viene Después de Pegártela, cada uno como prefiera). Es el Dios que nos ayuda a levantarnos una y otra vez y saca del peor escenario posible las fuerzas para seguir, reinventarse y levantarse en mil ocasiones más. El Dios Ebanista, que de la madera talada y arrancada de su entorno natural crea las más bellas obras.
Finalmente, esa realidad que a veces se nos impone nos enseña dos lecciones importantes: esperanza en el futuro y humildad para afrontar el presente con diligencia. Efectivamente, los sueños están bien: son faro y guía para establecer un horizonte hacia el que caminar. Nos encienden, nos ilusionan y nos dan esperanza. Sin embargo, una dosis de realidad nos centra y pone a prueba la calidad de nuestras motivaciones. Por eso, como dice Albus Dumbledore: «no conviene deleitarse en los sueños, Harry, y olvidarse de vivir».