Son muchos los ídolos que se adoran en este mundo, y casi siempre apuntan al poder, al dinero, a la imagen y cómo no, al placer en sus múltiples variantes. Tienen en común que absorben a la persona, hacen de la necesidad una exigencia, y de la exigencia una obsesión capaz de envenenar los corazones más nobles. Una diferencia entre el ídolo, que te esclaviza, y el señor, que te ofrece un camino, es que el primero te anula, y el segundo, desde su fortaleza, te potencia. Ese es el caso de Jesús, pues al igual que Dios Padre, saca lo mejor de cada uno, nos hace mejores personas y algo más generosos.
Al llamar a Jesús Señor reconocemos que elegimos poner nuestra vida en sus manos, que es nuestro Dios, vivo, hoy, y eso es realmente más importante de lo que parece. La divinidad de Jesús fue una gran controversia en la Historia de la Iglesia primitiva, y aunque ya está zanjado en nosotros, siempre estará la tentación de colocarlo como otro personaje histórico más, como lo fueron Gandhi, Martin Luther King o nuestros santos. Jesús no es solo el rostro visible de Dios revelado, si es nuestro Señor –maestro, guía, a quien seguimos– eso significa que en Él encontramos alguien con quien relacionarnos y seguir aprendiendo constantemente. Para los cristianos Jesús sigue estando presente de muchas formas. Sobre todo, capaz de cambiar la vida de las personas.
¿Cuál es la manera de ser Señor de Jesús? Sorprendentemente, servirnos. En Jesús hay un deseo de hacerse presente en nuestro camino, pues es Él el que toma la iniciativa. Por eso cada uno de nosotros estamos llamados a seguirle, y de esta forma encontrar la plenitud en nuestra vida. No se trata solo de encontrar nuestro lugar en el mundo, ya sea siendo jesuita, religiosa o padres de familia –como el que aprueba una oposición–. La vocación tiene que ver con una respuesta a Jesús que nos haga ser creadores de vida para otros en la Iglesia y así, hacer del mundo un lugar mejor.
Tal vez si ponemos a Jesús en el centro de nuestra vida, y dejamos que de verdad sea «nuestro Señor», todo empieza a ordenarse de un modo distinto, haciendo que nuestra vida adquiera sentido y poder vivir así el Evangelio discípulos en el siglo XXI.