Esta foto de José Palazón se hizo viral la semana pasada.

Cuando me la mandaron pregunté si era un montaje, tan ingenioso como cruel. Pero era real. Real y cercana: es la frontera de nuestro país, aquí cerquita. Cada poco tiempo nos llegan imágenes de chicos encaramados a las vallas de la frontera que hacen que nos vayamos acostumbrando. Y a la vez vamos aprendiendo el perverso vocabulario que va des-humanizando a los que vienen: avalancha de sin papeles, inmigrantes ilegales, rechazo en frontera, defensa de la soberanía…

Pondremos una valla más, se dará más dinero a Marruecos para que haga el trabajo sucio, cambiaremos la ley para poder vulnerar los derechos humanos, pero no detendremos a los que vienen. Cuando una frontera, que no es más que una línea arbitraria, esconde un contraste tan brutal, no hay vallas que contengan el deseo de vivir dignamente. Y, aunque las autoridades se esfuercen en impedir que nos enteremos, seguirán llegando fotos y testimonios escalofriantes. Y es que el mismo sistema vil que niega oportunidades a los jóvenes africanos fuerza a la guardia civil a actuar como verdugos e impide a activistas y periodistas informar de lo que pasa.

Como cristiano no puedo dejar de mirar al Cristo sufriente, esta vez crucificado en una frontera; como ser humano no puede dejar de dolerme el trato que se da a mis hermanos; como ciudadano no puedo permitir que nuestras autoridades les maltraten así y sigan vulnerando sus derechos.

 

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