En los últimos 10 años han muerto, solo en España, más de 800 mujeres víctimas de violencia de género. Las mujeres siguen cobrando de media un 20% menos que sus colegas varones. Una de cada cinco mujeres españolas ha sido agredida física o sexualmente. Nos queda mucho camino que andar, y no podemos detenernos, porque por el camino quedan muchas víctimas.

El machismo patriarcal se nos cuela, a varones y mujeres, porque lo impregna todo. Tenemos que ayudarnos a ir visibilizando tantas estructuras injustas que se ceban con la mujer, solo por ser mujer. Que no nos parezca normal decir que el marido “ayuda” a su mujer, como si las tareas de casa fueran responsabilidad de ella; que no nos acostumbremos a que una adolescente deje de ir a un sitio porque a su novio no le gusta; que nos indigne que una mujer a la que le ha pegado su pareja pueda pensar que ella ha tenido la culpa por algo que hizo o dejó de hacer; que nos quejemos cuando a una deportista o una política se le descalifica –o alaba– simplemente por su físico.

Dicen que Jesús tuvo mujeres en su grupo más cercano. Con Marta y María parecía tener una amistad preciosa; se relacionaba con las mujeres que se acercaban a él rompiendo las barreras de género de su tiempo; no entra en las condenas públicas machistas y consigue que no apedreen a aquella chica que acusaban de adúltera; según los evangelios fue María de Magdala la primera en testimoniar que Jesús había resucitado. Y miro a nuestra Iglesia, la de quienes queremos seguir a Jesús, y a pesar de que ellas son más, están excluidas de muchos ámbitos: de los lugares de liderazgo, de donde se piensa la teología, de donde se toman las decisiones… Ciertamente, nos queda mucho camino por delante. No podemos detenernos.

 

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