Son muchas las veces que he recitado, leído o escuchado este fragmento del Padrenuestro. Hoy voy a intentar por un momento salir de la inercia con la que tantas veces la he usado, y tratar de darle una vuelta más profunda y sentida en tres aspectos:

El primer aspecto que rescato de esta frase es que se trata de una petición o súplica a nuestro Padre Dios. Esto me abre a la primera gran tentación en la que puedo caer con frecuencia: la de creerme autosuficiente, la de prescindir de Dios en mi vida, la de creer que todo está en mis manos. Por tanto esta frase es una llamada a sentir la necesidad de pedir –por necesaria– la intercesión de Dios Padre en mi vida.

El segundo aspecto que rescato de esta frase es que caer en las tentaciones que me rodean es humano e inevitable. Esto me abre a otra de las tentaciones en la que no debo caer: la de creerme perfecto, lleno de razón, infalible, convirtiéndome en juez de los demás. Por tanto esta frase me invita a sentirme pecador, perdonado y vivir siendo misericordioso.

El tercer aspecto que rescato de esta frase es definir qué entiendo por tentación como paso previo para que pueda reconocer cuáles son las actitudes, comportamientos… en las que debo no caer. Una herramienta sencilla es confrontar si mis actos, mis palabras, mis comportamientos construyen Reino, me acercan a los demás, me ayudan a humanizar e intentar hacer presencia de Dios en nuestro mundo o por el contrario me alejan de lo que estoy llamado a ser. Si alguno de mis pensamientos, obras, y actitudes no van en esa línea de hacer Reino se trata de una tentación que me aleja de Dios y de los demás, y por lo tanto, debo pedir no caer en ella con toda la humildad y normalidad del mundo, sin caer en ningún tipo culpabilidad insano ni dramatismo, sino con la normalidad de sentir que fallo, que me equivoco pero que siempre soy perdonado, acogido y llamado a seguir construyendo Reino.

¡Adelante!

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