El terremoto que ha sufrido la Iglesia en Chile estos últimos tiempos es una mala noticia que podemos vivir como un motivo más para la desesperanza y la rabia que, lógicamente, nos produce conocer cómo algunos hombres decidieron servirse de la Iglesia y de su posición para su propio placer, dañando a otros. Es normal que sintamos repugnancia al conocer que hombres destinados a «enjugar lágrimas y consolar dolores» –en palabras de san Alberto Hurtado, santo jesuita chileno– han causado daños irreparables y terribles en inocentes abusando de ellos o amparando a los abusadores.
Sin embargo, también somos invitados a mirar con esperanza esta terrible realidad. A mirarla como una oportunidad de resistir y plantar cara frente a aquellos que viven dentro de la Iglesia, pero de espaldas a Dios.
¿Dónde encontrar la esperanza en estos días oscuros? Quizás la actitud del Papa sea la que nos puede iluminar: escuchar. Escuchar a los obispos, escuchar a la Iglesia y, sobre todo, lo más importante, escuchar a las víctimas. Juan Carlos Cruz ha sido una de las víctimas escuchadas por el Papa. Y en estos días ha contado su testimonio en los medios. Y lo que más me ha impresionado ha sido cómo habla de su fe tras haber sufrido abusos inenarrables: «Y yo desde un principio me dije: estos hombres no me van a ganar. Para mí, mi fe es importante, para mi ser católico es importante, no soy el mejor de los católicos, pero por lo menos mi fe es importante para mí. No los voy a dejar ganar. Por eso he tratado de mantener mi fe dentro de lo que he podido».
No nos dejemos ganar. Repito: no nos dejemos ganar. Vivimos un tiempo difícil, especialmente en Chile. Pero nuestra fe está por encima de las malas acciones de los hombres, porque no creemos en ellos, sino en Dios. Y Dios sigue siendo el Padre que abraza y acoge, el que mira nuestras heridas doliéndose y compasivo las sana.
Juan Carlos Cruz resume así su encuentro con Francisco: «El Papa estaba muy afectado y cuando lloré, me apoyó y me dijo: Llora chiquillo, llora. Fue tremendamente compasivo». Este es el motivo para la esperanza en medio de lo que vivimos. Gana quien se expone, compasivo, a enjugar las lágrimas y consolar el dolor. Gana quien se deja acoger en sus heridas y trabaja por la justicia. Gana quien sabe que su fe es en un Dios que ya ha vencido al mal de este mundo.