El amor es el típico tema del que todo el mundo habla. Así tiene que ser, pues todo el mundo tiene experiencia del amor, en mayor o menor medida. Es algo tan universal que incluso las experiencias personales son fácilmente reconocibles en algunos aspectos de la propia vida.
El domingo terminó la segunda edición de La Isla de las Tentaciones. No voy a explayarme demasiado en el asunto del consumo de telebasura. Ya en la edición pasada Elisa Orbañanos habló de manera muy certera sobre ello.
La Isla de las Tentaciones tiene, bajo mi punto de vista, dos principales problemas para hablar del amor. El primero de ellos tiene que ver con la propia premisa del programa: vamos a poner a prueba nuestra relación. Pero no de cualquier manera, sino del modo más extremo posible: una serie de parejas llegan juntos a una isla y se separan cada uno en una casa llena de personas solteras del sexo opuesto, decididas a romper esas relaciones.
El amor –cualquier forma de amor–, especialmente el de pareja se fortalece en las pruebas, en los retos y en las situaciones extrañas y a veces extremas. Pero es que eso ya lo da la propia vida. El amor se pone a prueba constantemente. Sin embargo, exponerse a ciertas situaciones por propia iniciativa lo que muestra no es valentía ni amor verdadero, sino temeridad de la más irresponsable y, por qué no decirlo, inmadurez. Una parte importante del amor también es saber guardar el corazón para evitar caer, precisamente, en la infidelidad (ya sea de mirada, de pensamiento o de acto).
Unido a la guarda del corazón se encuentra la guarda de la propia intimidad. La defensa de la intimidad en las relaciones de pareja es uno de los tesoros más importantes en ella. Y también de los menos valorados a día de hoy. Guardar la intimidad no es no hablar de tus problemas (siempre es bueno tener amigos y confidentes que te den puntos de vista externos y un poco de perspectiva); pero sí es no exponerlos públicamente y, sobre todo, a la hora de exponerlos, hacerlo de la manera más respetuosa posible.
Por otro lado, está quien ve el programa queriendo ver en los personajes un contraejemplo «de lo que no hay que hacer». Está bien, no creo que haya que ser tan esnob como para decirle a nadie qué ver o no ver. La mayoría de nosotros, en algún momento, consumimos productos poco educativos simplemente para desconectar. Pero no hace falta justificarlo. Si uno quiere ejemplos de comportamiento, se buscan. Los hay muchos y muy buenos. Pero cuando uno consume contraejemplos, ha de ser consciente de que lo hace. Buscar justificaciones de lo que no pasa de ser puro morbo, es el primer paso para no ser consciente de ello. Y de ahí a asumir como normal lo que no lo es, hay una línea fácilmente traspasable.
Cada cual que consuma lo que considere, pero son necesarias, entonces, dos actitudes previas: espíritu crítico, para saber lo que se consume, sin intentar adornarlo; y entender, en este caso concreto, que el amor no es más amor por ponerlo a prueba, sino porque la vida ya pone los obstáculos, pero el objetivo es sortearlos juntos.