Pocos son los que no conocen ya el revuelo ocasionado por el gag en el que Dani Mateo se sonaba los mocos con la bandera de España. Para unos, esta actuación ha sido sin más un gracioso monólogo sin trascendencia. Quizá otros han simpatizado con la acción del humorista e incluso se hayan alegrado del hecho y de la repercusión. Pero para otros muchos, la acción de Mateo ha constituido una ofensa intolerable para sus sentimientos. Así, debido a las reacciones de este último colectivo y a otras medidas de carácter económico, tanto el humorista como algunos representantes de la cadena de televisión han intentado poco a poco quitar hierro al asunto, para terminar pidiendo disculpas y afirmando de que, con dicho acto «no había intención de ofender».
Siendo una persona a la que el humor le parece algo importante, entiendo que en la vida existen una serie de límites que hoy parece que se pueden traspasar siempre y cuando provoquen la risa o al menos la sonrisa del público. No pienso sólo en la actuación de Dani Mateo, sino también en todas la fake news que circulan por diarios y redes sociales, causando a la vez la risa de una gran mayoría y problemas, tristezas o complicaciones a aquellos que tienen que sufrir su falsedad. Todo ello me lleva a pensar si no habremos perdido un poco el norte en temas tan básicos como la verdad, la intencionalidad de nuestros actos, las posibles consecuencias, el respeto de los sentimientos de los demás etc.
Es cierto que, volviendo al caso de Dani Mateo: «mientras nos reímos, no nos pegamos y eso es bueno. Muy bueno. En la guerra no hay risa». Pero quizá habría que recordar que, siendo sin duda mejor que la guerra y la violencia, no toda risa es buena. Baste recordar que, también durante las guerras, las torturas más atroces y despiadadas han arrancado la risa y el divertimento de los soldados… Por ello, quizá como sociedad, pero también personalmente, deberíamos recordar aquello que aprendimos de nuestros padres y maestros y que también se deduce del Evangelio: antes de hablar, antes de obrar, piensa que tus acciones tienen consecuencias. No en vano, el refrán castellano recuerda de manera quizá excesivamente drástica, que «de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno».