Hoy se cumple el primer aniversario del fallecimiento del periodista David Gistau, un duro golpe para su familia y para toda una generación de periodistas que tenía, y tiene, en Gistau un referente en la comprensión del sentido del periodismo. No como solo carrera profesional, sino como vocación. Y es que la vocación es un modo de comprender y vivir la vida que responde a la pregunta crucial por el sentido de nuestra existencia. ¿Para qué estamos en este mundo? ¿Qué da sentido a nuestra vida? ¿Tiene sentido una vida entregada a la vocación, incluso cuando la vida se trunca a una edad tan temprana como la de Gistau?

En palabras del propio Gistau, en una entrevista casi profética, acceder a la vida adulta supone ser consciente de la urgencia de vivir conforme a la vocación con la mayor intensidad posible. El realismo de una vida que nos exige encontrar un telos: «Dejarse de leches por la noche y ser más tenaz, más vocacional, más voluntarioso y más trabajador, y menos perezoso en muchas cosas que valen la pena, que están ahí y que tardas mucho en darte cuenta».

Este vivir vocacional, auténtico, profundo, significativo, impregna la vida de sentido volviendo la vida propia en referencia y modelo para otros. Hasta el punto que las vocaciones se entrelazan, se enriquecen mutuamente, y también se duelen, porque el dolor es parte de las cosas que se aman, y como canta Sabina, los amores que matan, nunca mueren. Así lo escribía en su obituario Guillermo Garabito: «El domingo por la noche se murió un poco la vocación. O se hizo más fuerte. La vocación es como un perro que siempre tiene que estar ladrando».

Una sociedad transida de una cultura vocacional necesita de héroes, de maestros, de mártires, es decir, de testigos que transmitan a las nuevas generaciones su experiencia personal de haber encontrado un sentido a la vida. Héroes viviendo la belleza dramática de toda vocación. Pues la vocación no es un estado bucólico, una felicidad comercial o un camino de rosas. La vocación es la respuesta personal al reto diario de la vida que encuentra su sentido en el servicio al Bien, la Verdad y/o la Belleza.

Cierro con un párrafo de Jorge Bustos en su columna homenaje a Gistau, en él leemos la admiración profunda del discípulo y amigo. Quizás debemos retomar esta dimensión que ha sido siempre fundamental en la pastoral vocacional, ser testigos fuertes de nuestra propia vocación. Manifestar en el día a día que la respuesta a la llamada del Señor da sentido a nuestra vida. A la vez esta dimensión comunitaria nos interpela a vivir la vocación con la responsabilidad de saber que otros pueden encontrar en nuestra opción el aliento que Jorge encuentra en Gistau: «David habría odiado que le llamáramos maestro, pero hoy hay una generación de discípulos que le lloran con la verdad que solo se reserva a quien jamás se empeñó en darnos lecciones de nada. Con solo fijarse en él uno advertía la forma decente de estar en este oficio; desprendía sin proponérselo una mezcla ardua de responsabilidad y desafío, un recelo innegociable del poder, una irreverencia que no se calla ni en la casa de Dios. Uno lo veía tan libre, tan poco premiado por los de siempre pero tan respetado íntimamente por todos, que le embargaba un deseo infantil de imitación».

Ojalá todos tengamos un referente que nos despierte esa bella imitación infantil.

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