«Soy un conductor de autobús único. El otro día me hicieron un homenaje por hacer lo que para mí era normal: mi trabajo. Llevaba años haciendo la misma ruta, y claro, muchos vecinos en su rutina también usaban el autobús en esos horarios y por ello sabíamos que nos encontraríamos en nuestra rutina. Visto con perspectiva es entrañable, bonito y hasta gozoso poder preocuparte por alguien cuando falta en su rutina. Sencillamente he hecho mi trabajo durante años, pero los vecinos en este homenaje vinieron a decir que lo había hecho de un modo único, dando un tono especial al espacio del autobús: el de ser agradable siempre, saber cómo tratar a cada pasajero sin importar si era su primer viaje o si era habitual en la ruta desde hacía años».

Podría seguir relatando esta historia real, utilizada hace unos días por un sacerdote como paralelismo entre el papel y la misión que tenemos los sacerdotes desde siempre. Nuestra vocación tiene ese horizonte de generar espacios (que no son el autobús, sino la parroquia, los locales, el colegio, la peregrinación y tantos otros), y hacer que estos sean tan únicos como lo es nuestra labor.

¿Quién del vecindario llevaba el autobús? Manuel. ¿Quién es el que en la comunidad cristiana está al servicio de todos sin horarios ni intereses? El sacerdote. Porque, como Manuel acompaña de un modo extraordinario el trayecto de cada persona, el sacerdote debe de acompañar el itinerario de todos y cada uno, tratándolos como lo que son: únicos e irrepetibles.

Y ¿qué es lo que hace especial la vida de Manuel? El hecho de que siempre ha tenido claro su rol de un modo claro y conciso, y ha tratado de hacer lo ordinario de un modo extraordinario. En esto, creo que a veces los sacerdotes hemos tendido a diluir lo esencial de nuestra vocación, queriéndonos hacer demasiado normales, o sintiendo vergüenza o confusión de nuestro rol al compararnos o querer vivir como los laicos. Y es que, no se trata de ser más o menos, sino de ser aquello que Dios nos ha llamado a ser. En nuestro caso, a vivir unidos con Jesucristo y a hacerle presente en los sacramentos, sin que eso nos dé privilegios, ni nos haga vivir de un modo extraño. Por eso, si alguna vez nos hemos confundido, o hemos querido vivir lo que no nos correspondía, os pido perdón.

A veces tenemos miedo de expresar que la vocación sacerdotal es necesaria en la Iglesia, o que Cristo quiera darse a su Pueblo de manos de los sacerdotes. Queremos igualarlo todo, ser todos lo mismo, y esto nos hace perder algo tan bonito como el saber que somos únicos y que Dios tiene un plan para su Iglesia y para la humanidad que pasa por el que cada uno ocupe su rol sin sentirse más o menos que el otro, o hacer sentir mal al otro por ser lo que es.

Hoy celebramos a san José, el patrón de la Iglesia y del seminario. Un hombre que supo vivir su vocación específica en aquel hogar de Nazaret, sin sentirse menos que su mujer o que el Hijo que se le había confiado. Quizás él pueda ayudarnos a orar más por las vocaciones y a promover la vocación sacerdotal, antes que a comenzar a pensar escenarios en los que no haya sacerdotes en las comunidades cristianas.

 

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