Navidad es sinónimo de familia. Lastimosamente, para un buen número de personas la navidad, o al menos esta navidad, no es una realidad de familia. Quizás están lejos de los suyos, han perdido seres queridos o, a causa de heridas o problemas, el nacimiento de Jesús es más bien fuente de separación y amargura antes que de unión y celebración.
Para quienes podremos pasar estas fechas en familia, qué bueno es tomar conciencia de ese enorme privilegio. Será la ocasión de dar gracias a Dios por nuestros familiares y porque, a pesar de los límites propios, ajenos o de las circunstancias, contamos con ellos y tenemos un hogar.
Sin embargo, quienes experimentan “vacíos familiares” tienen algo importante que recordar y que recordarnos a los que nos sentimos “familiarmente abrigados”: Navidad es ante todo el nacimiento de Jesús, realidad siempre presente de Dios-Hijo que, al hacerse hombre, nos llama a todos a hacernos prójimos, hermanos, ¡familiares! de toda la humanidad, especialmente de los que más sufren.
Es fuente de ternura contemplar y celebrar que Dios mismo nació y se crio en el seno de una familia, como muchos de nosotros. Pero también nos interpela y es fuente de consuelo para varios redescubrir, más allá de nuestros pesebres romantizados, que Jesús, como muchos también, nació y se crio en condiciones adversas, quedó huérfano tempranamente y a su parentela le recordó que: “todo aquel que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, y hermana, y madre» (Mc 3, 35).
Por eso, independientemente de lo festiva o típicamente familiar que sea “tu navidad”, que ella sea para todos sinónimo también de solidaridad, bondad y familiaridad con Dios y con los demás, incluso más allá de las puertas de tu hogar. En las calles, hospitales, cárceles, asilos, veredas, favelas… ¡es también navidad!



