Que conseguir algo supone esfuerzo no es algo que nos venga a descubrir el papa Francisco. Quien más y quien menos han hecho experiencia de ello: estudiando para sacar nota en un examen, solicitando una beca, buscando trabajo, cuidando de un ser querido en un momento de enfermedad, tomando una decisión vocacional, etc. Podemos llamarla la «lógica del precio a pagar». Que, si bien no nos es ajena, pretender huir de ella no es otra cosa que una tentación. Porque una vida resuelta no es la vida propia del cristiano. El papa no dice que dé igual «ocho que ochenta»: hay consecuencias en el seguimiento de Cristo de las que el cristiano no se puede abstraer.
Pero el papa Francisco antes apunta a una sana vigilancia con la que estar prevenidos. No nos podemos permitir que la lógica del «precio a pagar» domine nuestra relación con Jesús. En esta lógica diferente, hay que cuidarse del contagio de una visión “comercial” de la gracia, en la que uno tiene acceso a ella por razón de sus méritos. No tenemos méritos. Y está bien así: el Señor no los exige para amarnos, pues, como ha dicho el papa recurrentemente, «Dios primerea», toma la iniciativa.
Salvarse no es una cuestión de codos, sino de docilidad. Más de soltar que de apretar. Aunque a veces, claro, haya que apretar: pero sólo tras haber hecho experiencia de haber soltado. Hay que procurar y procurarnos que la experiencia de Dios se base, como en el Evangelio, en la libertad, la gratuidad y la confianza en el crecimiento autónomo de cada cual, para sólo desde ahí ofrecer una respuesta y un testimonio generosos.