Nuestro lado afectivo, a veces, nos traiciona. Nos traiciona porque nos encanta sentirnos queridos, mimados, importantes. Nos encanta sentir que hay un lugar en el mundo en el que somos alguien “relevante” para los demás y entonces queremos permanecer ahí. Cuando nos dicen cosas bonitas o nos sentimos “privilegiados” por estar en ese momento con esas personas, no queremos que termine y es fácil desear permanecer (o atrincherarse) en ese lugar.
No sé si recuerdas a San Pedro cuando, en el momento de la Transfiguración, le dijo a Jesús: “Señor ¡qué bien se está aquí!, Si te parece, haré tres tiendas” (Mt 17,4) pero Jesús le dijo que no, que ese no era el plan, que ahora, tenían que volver a la misión y seguir proclamando la Buena Noticia que estaba llegando. Pero el pobre Pedro, quiso “ocupar ese espacio”, quiso quedarse allí, porque estaba tranquilo, feliz, se sentía “privilegiado e importante”, pero esa no es la misión de los cristianos.
El Papa Francisco, nos invita a estar en movimiento, a ser creativos, a iniciar procesos y no a ocupar espacios. Nos invita a ser como el sembrados que va esparciendo las semillas sabiendo que algunas, no muchas, pero sí algunas, caerán en tierra buena y darán fruto.
Si nos atrincheramos en espacios y nos hacemos fuertes ahí, cosa que suele pasar a veces, impedimos que el Espíritu Santo trabaje con libertad y que la gente pueda percibir la obra de Dios. Francisco nos invita a fijarnos en los procesos, a dejar que el Espíritu trabaje y no ir conquistando lugares, trabajos, servicios o voluntariados. Nos invita a no caer en la trampa del poder y el honor, porque sabe que eso nos lleva a la soberbia, sino a privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos e involucran a todos, todos y todos.
