Hay lugares de nuestra vida que son un auténtico infierno. No hay que irse demasiado lejos para presenciar la tristeza y oler a miedo. Un buen ejemplo es la sala de urgencias de un hospital o el hospital de día donde reciben quimioterapia los enfermos de cáncer. Salas de sueños, de incertidumbres y de penas. Cada uno deberá descubrir sus lugares de desolación.
En este Adviento, tiempo de esperanza, estos lugares pueden cobrar una luz nueva. No podemos esperar a ser curados y a convertir esos infiernos en fuentes de alegría. No depende solo de nosotros. Lo que sí podemos es mirarlos con otros ojos, y penetrar en ellos con otro deseo. Vivir el Adviento desde la esperanza de Dios, es creernos de verdad que Jesús viene a habitar la pobreza, el sufrimiento y el dolor. Dios se encarna para estar con nosotros. Acompañar nuestra vida, de alegrías y lamentos, y esperar junto a nosotros a alcanzar la salvación. Esa felicidad verdadera de la que todo depende. Este puede ser para nosotros un verdadero motivo de esperanza. Abrigar el deseo en este tiempo frío, donde nos jugamos mucho en la confianza, de no sentirnos solos en los diversos caminos. Jesús, el pobre y el humilde, viene a acompañarnos en los avatares de nuestra vida. Nuestro Dios nos da motivos para crecer en esperanza. No esperanzas adolescentes donde todo se soluciona en un instante. Necesitamos tiempo para creernos de verdad que Dios quiere y desea estar siempre con nosotros. Por esto, necesitamos este Adviento. ¡Ven Señor Jesús a acompañar nuestros infiernos!