Hay momentos vitales y en la fe, en los que nos vemos envueltos en una noche que penetra en lo más profundo de nuestro corazón. Parece que todo se detiene, nuestras fuerzas fallan y el valle verde se convierte en un desierto duro. Deseamos parar, comenzamos a mirar atrás, pensando si desandar el camino ya andado. Nos sentimos solos, y no sabemos reconocer en el otro nada más que una compañía que muchas veces sentimos vacía. La desolación se convierte en un eco constante en nuestro interior y comienzan a surgir preguntas. Preguntas que nos alejan de la esperanza, del hermano y de Dios. Todo es noche. Todo es tragedia. Todo es cruz. O eso pensamos.

Pero los planes de Dios son mucho mayores que nuestras percepciones y realidades. Él traspasa la oscuridad, o más bien la disipa, porque la luz, muchas veces escondida, siempre está detrás de la tormenta que ocupa y preocupa nuestro pobre corazón. Y en silencio, poco a poco, muchas veces sin darnos cuenta, comienza a darnos un poco de calor y a despejar las nubes negras que creíamos permanentes. Una luz que penetra, que nos mantiene vivos y nos recuerda que Él siempre desea estar con nosotros. Y esto es lo que va a ocurrir en unos pocos días.

Por esto, Dios se quiere hacer concreto y, sin hacer mucho ruido, esa enorme esperanza decide llegar no solo a nuestro corazón, sino a todo un mundo lleno de corazones en los que la lucha entre lo bueno y lo malo está cada día presente. Él quiere inclinar la balanza, y además, desea acercarse a cada uno de nosotros experimentando y pasando por las mismas dificultades que el vivir supone. Y no lo hará de puntillas, sino con su entrega radical.

Como en nuestra vida, quiere nacer en lo pequeño y lo pobre. Es ahí donde lo encontramos y es desde ahí donde Él quiere venir a nuestro mundo. Porque también es su mundo. Frágil, en un pesebre y sin grandes acontecimientos que lo anuncien, Jesús nace y comienza a experimentar también esas oscuras tormentas que a veces a todos nos tapan el corazón. Pero Él brillará y su fuerza, por sí misma, vencerá. Y nos recordará que, por muy tristes que estemos y por mucha noche que experimentemos, Él siempre será más grande que todo eso. Porque el Rey ha llegado, y ha venido para quedarse en cada uno de nosotros. En Él la esperanza.

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