Aunque el monocultivo, la concentración de tierras y la agricultura industrial han hecho posible que millones de personas coman cada día, presentan también graves inconvenientes señalados por los propios expertos en agronomía. Por un lado, el monocultivo reduce la diversidad biológica y conduce inevitablemente a un empobrecimiento del suelo que debe ser compensando con abonos. El ejemplo contemporáneo más dramático de esta problemática es la sustitución de bosques primarios tropicales –los más ricos en especies del planeta– por plantaciones de palma de aceite, campos de soja o pastos para la ganadería extensiva.
Se podría hablar también de un empobrecimiento estético, al transformarse el paisaje en un inmenso y monótono «mundo unidimensional». La diversidad de matices, sonidos, olores y colores desaparece engullida por la homogeneidad de la única especie cultivada. Al contemplar estas enormes extensiones «antropizadas», homogeneizadas, intensificadas y empobrecidas biológicamente, podemos preguntarnos: ¿no refleja este modo de producir alimentos algo sobre el funcionamiento de nuestra sociedad?, ¿no se simplifica también nuestro paisaje interior cuando reducimos en exceso la diversidad de nuestras fuentes y cultivos interiores?, ¿y no nos empobrecemos acaso cuando optamos por un único punto de vista político, cultural o espiritual?
En la Biblia se intuyen ya los riesgos del monocultivo y la concentración parcelaria que lleva asociada esta práctica agrícola: «¡Ay de los que añaden casas a casas y juntan campos con campos, hasta no dejar sitio, y vivir ellos solos en medio del país!», advierte el profeta Isaías. Frente a esta tendencia, los profetas proponen el reparto, la rotación de cultivos y el barbecho como alternativas. Proponen una visión alternativa, más rica, más diversa, más justa, alejada de los grandes latifundios. El Sabbath y el Jubileo representan la liberación de la cultura del trabajo esclavo de Egipto. La intensificación que caracteriza el monocultivo y la concentración de tierras busca racionalizar la productividad, reducir los costes y maximizar el beneficio. Pero choca con la visión bíblica del trabajo artesano y el reparto equitativo de la tierra.
En la espiritualidad hay un riesgo parecido de homogeneización y empobrecimiento de la experiencia religiosa, el monocultivo espiritual. Echar raíces en una sola tradición casi siempre empobrece el suelo de la experiencia, simplifica el paisaje interior y reduce la diversidad de encuentros con el Misterio. En el peor de los casos, nos puede llevar a la miopía, la cerrazón y el extremismo religioso.
De ahí que una cierta rotación espiritual –la exploración de diversas tradiciones y prácticas de oración y meditación– resulte tan enriquecedora. Igual que, al cruzar distintas variedades de una especie, la biología habla del «vigor híbrido»”, también en la experiencia espiritual cristiana la fecundación entre diversas escuelas o tradiciones –carmelita, franciscana, teresiana, ignaciana, etc.– conduce habitualmente a un fortalecimiento de la fe y la devoción.
De igual modo, un cierto barbecho espiritual puede resultar beneficioso. Si dejamos durante un tiempo una devoción particular con el fin de cultivar otros modos de orar, no solo nos abriremos a la riqueza de la encarnación de la Palabra; también, al regresar a nuestra tradición espiritual original, descubrimos matices nuevos.
Deberíamos escuchar tanto a los antiguos profetas de Israel como a los modernos agrónomos para no caer en la tentación del monocultivo.