La pasada semana se conmemoró el Día Mundial de la Salud Mental. Me quedé impresionada viendo las noticias acerca del número de personas, especialmente jóvenes, que padecen algún tipo de enfermedad mental hoy en día. Sea por la pandemia, por el uso de redes sociales, por las desestructuraciones familiares, por las drogas… lo cierto es que muchas son las personas con alguna dolencia psicológica o psiquiátrica. Por fin hablamos de ello abiertamente.

Decir que se va al psicólogo o al psiquiatra nunca ha estado bien visto. Es como ser un leproso en tiempos de Jesús. Provoca en los otros desconfianza, sospecha, miedo (¿por qué no decirlo?) y, en el mejor de los casos, esa pena que nada tiene que ver con la misericordia. Es triste que aún concibamos que necesitar ayuda del psicólogo o del psiquiatra es algo de lo que sentirse avergonzado. ¿Es que hay enfermos de «primera compasión», enfermos de «segunda compasión», enfermos «que se lo han buscado» y enfermos «a los que mejor tener lejos»?

Es urgente «normalizar» este tipo de enfermedades. Hay que cortar esa delgada línea roja que atraviesa en nuestra cabeza y que separa las «enfermedades normales» de las «enfermedades mentales». A veces no sólo duele la barriga, una pierna, la espalda, la muela, la cabeza o el pecho… A veces también duele el alma. A veces se padece el hecho de sentirse debajo de una sombra que no te deja ver más allá, o al borde de un pozo oscuro y profundo, o a las afueras de los otros.

Jesús no distinguió entre unas enfermedades y otras. Solo miró y curó. Vio a Natanael, debajo de una higuera, probablemente a su sombra, solo, meditando sobre tantas cosas que le interrogaban y bullían en su cabeza, y lo llamó. Vio a la samaritana al borde del pozo, sacando agua mientras su vida parecía seca y desgastada, y habló con ella. Vio al leproso de Gerasa, abandonado, sucio, desaseado, y le devolvió toda su dignidad. La mirada de Jesús no ve la circunstancia, ve a la persona. Y eso es a lo que estamos llamados, no solo el Día de la Salud Mental, sino cada día: a ver a la persona, más allá de la consulta médica a la que acuda.

 

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