Si hay algo que te da cumplir años es la semi-claridad de certezas que se van asentando en ti misma. Digo semi-claridad porque claridad absoluta no se tiene nunca. Pero hay runrunes que oyes a lo largo de los años, con más o menos fuerza, a los que decides seguir un poco a ciegas, y con los que aciertas. Uno de ellos ha sido para mí dedicarme a la pastoral educativa.
Es verdad que dedicarte a una vocación relacionada con «lo religioso» puede no parecer el sueño de la vida de nadie. A veces tienes cierta sensación de aislamiento cuando te dicen eso de «¿otra vez de reunión?», «¿por qué tienes que irte a ese encuentro?», «¿por qué te complicas la vida así?», «ni que luego te lo agradezcan…». Lo escuchas una y otra vez, incluso de gente a la que quieres mucho. Incluso de ti misma. Pero el runrún lo sigues oyendo, y decides hacerle caso. Sabes que es por ahí.
Creo en la necesidad de la presencia pastoral en los colegios. Creo en el acompañamiento al alumnado, en la cercanía a sus realidades, en las conversaciones de vida que pueden darse en cualquier esquina y que pueden ser tan reveladoras. Creo en el acompañamiento al profesorado, que notan que la carga del día a día merma poco a poco tan bonita vocación. Creo en la fuerza de un mensaje que no pasa de moda, que sigue tan vigente como necesario, aunque hoy precise de otros lenguajes.
Al hilo de esto, recuerdo un vídeo que vi en Facebook. Eran los Backstreet Boys, con unos añitos ya, versionando uno de sus grandes éxitos. Pero la versión era con instrumentos tales como unos cocos, unas maracas, un piano de juguete, platillos… y debo decir que me gustó tanto como la canción original, mucho más sofisticada. Y entonces pensé que eso es pastoral: saber usar los recursos de ahora para transmitir un mensaje de hace tiempo, y que, de bueno que es, sonará estupendamente hoy y siempre.
Pues eso, me paso las noches contando ovejas. Las noches especialmente, porque por esos momentos de oscuridad también transcurre esta vocación que pasa por nuestra humanidad tan imperfecta. Y contando ovejas, no porque mi intención sea la de ganar nada, sino porque trato de hacer presente ese mensaje de «no perdí a ninguno de los que me diste».