Quizás me equivoque, pero tengo la impresión que de un tiempo a esta parte, hemos perdido significativamente la capacidad de reconocer los matices de la realidad. Nos parecemos a una de esas antiguas fotografías, en las que no se podía distinguir el rojo del azul, porque todo era blanco o negro. En esas primeras imágenes, la imposibilidad no estaba solamente en que la cámara no podía distinguir colores, sino que además, casi no existían los grises. O era blanco, o era negro. Los negativos no tenían sensibilidad suficiente para percibir matices en los colores.
Poco a poco, el avance de las cámaras fotográficas nos ha permitido registrar imágenes con un altísimo nivel de detalle en las formas y también en los colores. Ya no solo se distinguen naranjas de celeste, sino que además los sensores de las cámaras pueden percibir las más mínimas diferencias entre colores casi idénticos. Incluso en condiciones de muy baja luz.
Pareciera que hoy día nuestra capacidad de reconocer las complejidades y los matices de la realidad, son inversamente proporcionales al desarrollo tecnológico que ha alcanzado la fotografía. Como si todo nuevamente se hubiese convertido en blanco y negro, registrado en daguerrotipo. Como si no pudiésemos o quisiésemos aceptar que la complejidad forma parte de la realidad. Hemos abrazado la bandera del blanco o el negro, acomodados en el sofá de los extremos. Sí, la realidad está repleta de matices, de grises, de colores mezclados. Es más, el color negro o el blanco puro, se encuentran muy pocas veces en la naturaleza. Y esa es la riqueza, los matices; eso hace a la realidad real, aunque muchas veces sea incómoda.