Hace poco días, Apple era fiel a sus tradiciones y de nuevo aprovechaba el mes de septiembre para presentar su nueva gama de productos. Entre ellos su nuevo móvil, y ya van 11, que incluye como novedad dos objetivos en la cámara. A dos lentes, mejor calidad y mejores fotos… ¿Pero es eso realmente cierto?

Hubo en tiempo, a mitad del XIX, en que sacar una foto era un trabajo de artesanía puro y duro. De aquella eran daguerrotipos y en los inicios hacían falta hasta diez minutos de exposición para sacar una imagen. Lo que de allí salía era único, porque por entonces no había negativos y, por tanto, no había modo de hacer copias de aquellas fotografías. Se inmortalizaron ciudades, especialmente su arquitectura, pero también lo trascendente de la vida. Todavía estremece ver imágenes de entonces en las que algunos padres sostienen a sus bebés fallecidos al poco de nacer por las condiciones de vida y por la alta mortalidad de la época. ¿Y qué pretendían fotografiando a un cadáver? Era el modo de inmortalizar a ese bebé al que nunca más tendrían en brazos y exorcizar esa pérdida. Los objetivos de aquellas primeras cámaras miraban a la vida de frente, sin filtros que pudiesen edulcorar la realidad. Sentían de verdad el paso del tiempo y la necesidad de fijar la mirada en lo esencial, en lo importante, en lo profundo. Por ello, apretar el disparador era una elección ética, toda una declaración de intenciones por hacia dónde fijar la mirada. No se podía desaprovechar la fotografía con cualquier cosa. Había que elegir bien el instante que se iba a retratar… El volumen de fotos que se hacía entonces no era muy alto, pero lo que quedaba reflejado era sumamente importante y significativo.

Ahora, sin embargo, el paradigma es otro. Con la socialización de las cámaras fotográficas, apretar el disparador se ha convertido en algo banal y a menudo hemos puesto nuestra mirada en lo estúpido y anecdótico. Tanto, que nuestra visión del mundo se puede quedar reducida a una pantalla de móvil, perdiéndonos un fuera de campo extraordinario. Porque es injusto reducir nuestro mundo a unas pocas pulgadas y educar nuestra mirada hacia lo superficial o hacia el detalle más ínfimo. Y por ese motivo muy poco de lo que fotografiamos merece acabar en un álbum al que poder echar un vistazo un domingo por la tarde. Nuestro volumen de fotos actualmente es elevadísimo –y de ello dan buena cuenta nuestras galerías del móvil–. Pero las consecuencias de ello es que mucho carezca de significado, porque al fotografiarlo todo, ya no distinguimos espacios ni momentos, lo memorable e inmortal de lo puramente circunstancial.

¿Cómo nos verán las generaciones futuras a juzgar por nuestras fotos? Es difícil atreverse a dar una opinión, pero quizás podamos responder dime cómo miras y te diré cómo eres…

Te puede interesar