… que nunca. Porque sí, esta cumbre llega tarde. Para cualquier menor que haya sido abusado por quien debía protegerle en la Iglesia. Para quien se haya visto utilizado por quienes se supone que enarbolaban el evangelio. Para quienes han podido quedar marcados de por vida por episodios que se cuelan por los recovecos de la memoria, y tiñen demasiadas vivencias de miedo, violencia, abuso. Para todos aquellos que, cuando denunciaron, se encontraron con muecas de escepticismo, con silencios impuestos, con la obligación de callar, o con ver la impunidad de sus agresores. Y llega tarde también para quienes no supieron o no quisieron ver la gravedad de los abusos, su horror, y su carácter delictivo.

Pero más vale ahora que nunca. Más vale que en la Iglesia podamos mirar de una vez a la cara a esta realidad. Más vale que dejemos de estar a la defensiva, como si esto fuera una campaña para minar la credibilidad de la institución. Más vale que no queramos escudarnos en que también ocurre en otros ámbitos de la sociedad. O que no nos conformemos con decir que el porcentaje de casos es bajo. Desgraciadamente, llevamos décadas tomando dolorosa consciencia de abusos producidos en el seno de la Iglesia, y la reacción insuficiente ante ello. Décadas que deberían habernos llevado a ser más diligentes, sin esperar a que tenga que ser la prensa la que nos obligue a mirar al pasado con honestidad, y al presente y al futuro con responsabilidad.

No se puede cambiar en tres días una institución. Tampoco es este el primer paso, pues, aunque lenta, la Iglesia va reaccionando –no siempre con la misma contundencia, pero ya no con negligencia–. Ojalá la conciencia de la gravedad de los abusos se nos instale en la entraña, para que lo ocurrido no se repita.

Sí. Más vale tarde que nunca.

Aunque ojalá hubiera sido antes.

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