«¿De Nazaret puede salir algo bueno?», dijo alguien en el evangelio. Pero sí, resultó que sí, que de Nazaret salió mucho bueno. Por ejemplo, un «sí» pronunciado por una mujer anónima, y que, a día de hoy, aún resuena en la Historia.

Me pregunto qué bulliría por dentro de esa joven en el momento de aquella afirmación. Con sus dudas, con esas preguntas que el evangelio de la Anunciación nos cuenta, con ese azoramiento con el que afronta una petición de la que no se sentía ni digna ni capaz. El sí de María es el sí de la generosidad y el desasimiento. Un sí que no se quedó en el momento de pronunciarlo, sino que se perpetuó en cada una de sus labores diarias: la de cuidadora, educadora, consejera, misionera, protectora… Imagino la de veces que, sentada en el hogar donde cocinaba o mirando por la ventana, rezó con todas aquellas preguntas que guardaba en su corazón sin entenderlas, esperando que algún día tuvieran alguna respuesta.

El sí de María es el de muchas mujeres que lo han dado todo para que muchas otras mujeres (entre las que me incluyo) podamos llegar hasta donde ellas no pudieron. Muchas madres y abuelas que, consciente o inconscientemente, aparcaron sus propias voces para que nosotras, las hijas y nietas, encontráramos la nuestra y la hiciéramos sonar bien fuerte. Madres y abuelas que guardaban también muchas preguntas en el corazón acerca de los nuevos tiempos que no entendían; del futuro de sus hijos; de un matrimonio que, en ocasiones, se hacía cuesta arriba o del sentido que tendría la rutina que a veces las atrapaba.

Hoy buscamos la inspiración a seguir en políticas, científicas, artistas, filósofas, escritoras… Grandes mujeres que son o han sido pioneras en romper muros para que nosotras podamos pasar. Pero no olvidemos a las que optaron por quedarse en casa y se olvidaron de sí mismas para cuidar de los suyos. A las que no hicieron caso del dolor de cabeza que en ese momento tenían; o decidieron no comprarse el bolso que les gustaba para que las cuentas en casa salieran; a las que diariamente llevaban y recogían del colegio a los hijos y que sólo gozaban de descanso cuando todos se habían acostado ya.

Todas ellas y sus quehaceres fueron pequeños «síes» diarios que hicieron posible que la salvación entrara poco a poco en los hogares. En ellas veo, si me lo permitís, a mi bisabuela, mis abuelas, mi madre o mi suegra. Y también a un trocito de aquella María de Nazaret. Esa María que nunca pensó en sí misma, esa «María de todas la mujeres».

 

Te puede interesar