Hace unos días el economista Branko Milanovic se preguntaba cómo es que los países occidentales hemos fracasado estrepitosamente en la gestión del virus. Yendo un poco más lejos de las razones que se discuten tanto en política, él sitúa la causa de este desastre en algo más profundo: la impaciencia. En general, la tendencia a resolver todos los problemas rápidamente, asumiendo pocos costes. Tomáš Halík decía también que la causa del ateísmo de mucha gente es el resultado de la impaciencia por resolver los misterios que unen la vida con la fe. A Dios no le tenemos paciencia. Y paciencia y humildad son condiciones de posibilidad para entender lo que ocurre en Navidad.
De entre las virtudes que tiene María está, precisamente, la de la paciencia. ¿Hay algo de su modo de esperar que nos puede ayudar?
- María no espera sola. Aunque María en el momento de la Anunciación estaba sola, María entiende, acoge y responde desde su fe judía. La fe judía es la fe del pueblo que, unido, espera el cumplimiento de la promesa. Una tentación en esta pandemia es pensar que ni la enfermedad ni las medidas van conmigo, mientras a mí no me afecte. Y seguir actuando por propio interés. El «estamos en la misma barca» no es solo un hecho: es una llamada al amor.
- María espera y no desespera. Lo que le pide el ángel a María es terrorífico. Para María, estar disponible a la propuesta de Dios significa arriesgar la vida, poder ser rechazada, quizás incluso apedreada hasta la muerte. Pero su fe es un sí mirando a Dios en los ojos y confiando en la bondad que brillaba en ellos. Sabe lo que esta en juego: no solo su vida, sino el plan de Dios, el futuro del pueblo. Podemos aprender de esta confianza si, cuando nos toca tomar decisiones, nos abrimos a algo más universal: ¿cómo beneficia mi paso a la Iglesia, a la humanidad? Si es de Dios, no hay nada que temer.
- María tiene su modo de esperar. María dice sí y no pierde su personalidad. Es mujer y es libre. Solo así, con ella, puede Dios hacer todo nuevo. El «hágase en mí» suena al «hágase la luz». Antiguo y Nuevo Testamento en la aldea de Nazaret. Y María da a luz la Luz. Y nos invita a hacer lo mismo. Porque la luz del mundo permanece ausente de nuestras vidas si nosotros no le permitimos brillar. Si decimos «dime qué tengo que hacer» y no, con humildad, «hágase tu voluntad».
Es una Navidad atípica, también porque quizás sea más fácil captar su profundidad: la fidelidad de Dios, su modo constante –y desconcertante– de buscar a los que andan sin luz. A Dios hay que acercarse con calma: sólo con nuestra paciencia ganaremos la vida (Lc 21, 19).