Vivimos en un mundo donde el refrán, «la paciencia es la madre de la ciencia» parece que ha quedado en el olvido. Estamos envueltos en un clima de inmediatez, donde la premisa es que todo tiene que ser aquí y ahora. En un mundo donde la celeridad se instaura como la norma, desde los mensajes instantáneos, las noticias en directo o Amazon Prime con la entrega en menos de 24 horas, la espera ha quedado en un seguido plano, o, directamente, no se admite.

Resulta un tanto contra corriente que con esta dinámica de vida, la Iglesia nos regale casi cuatro semanas para parar. En este periodo, nos invita a detenernos, esperar y reflexionar. Esta pausa es esencial para prepararnos y enfocarnos en lo más importante que sucederá en unos días.

Y es que, la vida está diseñada de forma que las cosas más relevantes no pueden apresurarse, pues muchas de las cosas más significativas de nuestra vida requieren un largo tiempo de preparación, desde la amistad, el noviazgo, el embarazo, o la formación –la cual nunca cesa–, entre otras cosas.

Por ello, hagamos de este tiempo de espera un tiempo de reflexión y de esperanza, y preparémonos para recibir al Niño Dios de la forma que Él mismo nos ha enseñado. Que la luz del Adviento nos ilumine y nos haga conscientes de la llegada del amor eterno a nuestras vidas.

 

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