De manera entrañable, Señor, nos ofreces tu visita. Y es que nos llegas de humanas entrañas: las de María y las de cada mujer gestante; las de cada hombre y cada mujer que te acogerán en ese inmaduro piel con piel tras el parto en el que mutuamente reconocernos. Serán protagonistas de la escena tu pequeñez y la nuestra. Vulnerables, con la embriaguez del desconcierto de la criatura que sale del vientre y de quienes, tras meses de saberse a la espera, te acogen igualmente desconcertados.

Y es que nos propones que gestemos tu vida en la nuestra, desde lo profundo, lo íntimo, lo más verdadero de nuestro ser. Y que, llegado el momento, te demos a luz, te alumbremos.

Te esperamos activamente en cada paseo, en cada visita a la matrona (parteras de vida en medio de la vida), en cada desvelo, en cada analítica… en cada entrevista con las personas de los servicios sociales que decidirán si tú ¿o tú? tendréis al final el hogar que se os ha preparado… Que nada ponga en riesgo tu venida, que nada falle en el proceso, que se haga el milagro, la naturaleza, el instinto, el grito… la Vida.

Se ensanchan el cuerpo y el alma, no sin dolor y sin esfuerzo, y con la desmedida alegría ‘encordonada’ que da sentido a cada dolor insoportable del parto.

Ven sin prisa, que nos hace falta este tiempo para imaginarte en nuestra vida con esta nueva calidad de presencia. Sigue al calor de esta forma que tenemos ahora de cuidarte, de pensarte, de acogerte.

Ven a tu tiempo, que tendremos la lámpara encendida… la bolsa preparada, la casa templada, el pecho dispuesto, la vida plagada de dudas, de besos, de grietas, de abrazos, de lágrimas, de miradas… para contemplarte en nuestro pesebre de barrio y campo.

Ven en ella, y en cada bebé de nuestro mundo, de aquí, de allá… Te esperamos donde hay techo y hogar, y donde no lo hay; en los lugares cálidos y los gélidos, con todo lo necesario, con nada de lo imprescindible…

Ven, que te espera el amor. En la familia en que naces o en la que te acoge nacido quizá ya hace años.

Ven, Señor Jesús… que este hogar se ha forjado a fuego lento y, en nuestra limitación, desbordados de sueños y esperanzas, ya queremos verte el rostro.

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