Apunte con mi fusil, al tiempo que disparaba, y una luz iluminó, el rostro que yo mataba. Era mi amigo José, compañero de la escuela, con quien tanto yo jugué, a soldados y a trincheras.
¿Cuántas veces habremos cantado esta canción mientras caminábamos en las marchas de los campamentos, excursiones y peregrinaciones? Y, reconozco que cada vez que lo hago, algo se estremece dentro de mí al trascender la melodía del laralala, uh ah uh, e imaginar una escena tan cruda, que pone sobre el tapete los horrores de la guerra.
¡Madre yo quiero morir! ¡Estoy harto de esta guerra! Un grito sencillo y profundo que expresa lo que tantas personas han experimentado ante el sinsentido de tantas y tantas guerras como asolan en el mundo.
Y, en los últimos días, este grito en forma de canción se vuelve realidad en Gaza. Donde se sospecha que fue la Inteligencia Artificial la que identificó como enemigos a los siete miembros de la ONG World Central Kitchen, del cocinero español José Andrés, que murieron el pasado lunes.
De nuevo, la luz ilumina los rostros de aquellos que han muerto injustamente, esta vez no ya a causa de un soldado, sino probablemente de una herramienta creada por el hombre. Si hasta ahora la guerra convertía a los hombres en máquinas de matar ¿hasta dónde seremos capaces de llegar si ponemos nuestra «inteligencia» y sus «máquinas» sin sentimientos ni compasión al servicio de la guerra?