«Un motín es una cosa muy fea… creo que ha llegado el momento de que tengamos uno». Con esta frase el jefe de policía Kemp alienta a la multitud convertida en horda en la película El jovencito Frankenstein. Llama la atención porque pocas escenas antes ante un pueblo atribulado por el monstruo dijo una frase similar, pero de distinto resultado, «un motín es una cosa muy fea… porque una vez que empieza es imposible detenerlo». Algo que cuadra más con lo que esperamos oír de un jefe de policía.

Vivimos tiempos de manifestaciones, recientes, pero continuas. Ahora es el movimiento Black Lives Matter, antes fueron las convocadas por Vox –en lo que la prensa llamó el 15-M de la derecha–. Ya olvidadas, pero antes del confinamiento tuvimos marchas de pensionistas, disturbios en Cataluña allá por el lejano inicio de curso… Y si miramos en nuestro mundo cercano vemos como las protestas y manifestaciones son parte cotidiana del periódico y las imágenes de calles cortadas, contenedores ardiendo… rara vez no aparecen en el telediario.

¿Cuál es la lectura creyente que podemos hacer de esto? Hay un meme que circula de cuando en cuando: «Si te preguntas qué haría Jesús, recuerda que patear mesas y azotar a la gente para que se vaya también es una opción». ¿Es esto apología de la violencia? Ni de lejos, al contrario. Sabemos que el episodio de la expulsión de los mercaderes fue un día de la vida de Jesús. Que sucedió pero que no fue la tónica general de su vida. De hecho, abundan más las expresiones de rechazo a cualquier tipo de violencia. ¿Significa eso, entonces, que la lectura creyente pasa por el pacifismo militante? Quizás tampoco.

La fe no es un manual de interpretación de las señales del camino. La Iglesia no es una autoescuela que nos enseña que si ocurre ‘A’ debemos ir a ‘B’. ¿Debemos manifestarnos o condenar a los que lo hacen? Situarnos en esa disyuntiva tiene mucho de engañarnos en un mundo que no es blanco ni negro, ni siquiera gris, porque el término medio también tiene mucho de trampa. Hemos conocido obispos que se suman a las protestas en EE.UU., obispos que se manifestaron hace no muchos años contra el gobierno, obispos que guardan silencio… Y donde decimos obispos podemos decir creyentes. Aunque los que ocupan las noticias sean los obispos.

Nos toca mirar a la cara a nuestra realidad, afrontar lo que sucede en ella. Y responder en cada momento conforme a nuestra creencia. Haciéndonos la pregunta sincera de qué me toca hacer. Y sabiendo que no estaremos seguros de haber acertado hasta que pase el tiempo y entonces podamos revisitar nuestra decisión. En la certeza, quizás de las pocas que nos da la fe, de que siempre tendremos espacio para corregirnos, y volver a empezar. Independientemente de cuál haya sido nuestra posición. Unos nos acusarán de violentos, insensatos… otros de tibios, equidistantes. Da igual la causa, siempre tendremos un grupo que criticará la postura y la fe siempre nos abrirá la puerta a recomenzar el camino.

Quizás debamos aprender más del jefe de policía Kemp. A veces un motín es una cosa muy fea pero necesaria, a veces algo que debemos evitar por sus imprevisibles consecuencias. Lo que no debemos dudar es de que el cambio de criterio está permitido y que cada causa, cada situación requerirá de nosotros un esfuerzo notable de comprensión y posicionamiento si no queremos dejarnos simplemente arrastrar o atemorizar por la multitud que enciende las antorchas.

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