De un tiempo a esta parte he oído cuestionar la figura de las madrinas o padrinos tanto en el sacramento del Bautismo como en el de la Confirmación.

Me llama la atención, aunque lo puedo llegar a entender. Me da también algo de rabia, pues mis padrinos en ambos sacramentos (uno laico y el otro sacerdote) siguen siendo dos personas de referencia en mi vida y, en mayor medida, en el ámbito de la fe. En justa correspondencia, eso es a lo que yo aspiro e intento ofrecer a mis ahijadas y ahijados.

Cierto es que en más ocasiones de las que quisiéramos, el ser madrina o padrino se ha podido convertir en algo superficial, quizá las más de las veces ha perdido el sentido original que tiene ese servicio dentro de la Iglesia, quizá la familia del menor o del joven elige antes una buena amiga o un compadre, que un ejemplo y apoyo en la fe. No me atrevo a pensar que la decisión se tome en función de los potenciales regalos o propinas que estas figuras suelen realizar.

Me llega la noticia de que en una diócesis de México ya se han apresurado a eliminar la obligación de contar con madrinas y padrinos en ambos sacramentos. El problema, a mi entender, es esa tendencia creciente a que se prohíban definitivamente o se imponga que el padrino o madrina sea la o el catequista.

Y, por otra parte, en aquellas parroquias donde se trabaja esta cuestión, se cuida la elección acompañando el discernimiento de las familias y de las personas que van a recibir la Confirmación, propiciando la reflexión de quienes se van a confirmar (y en el Bautismo de menores, a la de la madre y el padre) ¿Cuál es el problema?

Me disuena que sea la Iglesia, el párroco o el propio obispo quien se arrogue este «poder» para hacer o deshacer con todos por igual. Me suena a otros «odres viejos» de tiempos pretéritos. Sigamos caminando sinodalmente, confiando en el pueblo de Dios. Ser madrina o padrino es una llamada a hacernos corresponsables en la transmisión de la fe y hay muchas personas que dignifican este servicio.

Es más, en mi humilde experiencia, mis padrinos han sido y siguen siendo auténticos referentes del Evangelio y del amor de Dios. No podría entender mi vida de fe sin ellos, sin su testimonio y su acompañamiento. Siento profundo agradecimiento por aquellas personas que el Señor ha puesto en mi vida y, en este Camino, mis padrinos y mi madrina se han manifestado como auténticas «flechas amarillas» insustituibles.
 

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