Ayer hemos leído en casi todos los medios una noticia que nos ha sorprendido mucho. Se trata de la reciente maternidad por gestación subrogada de la actriz Ana Obregón, de 68 años de edad. Vaya por delante que no pretendo hacer juicios de valor, como también me gustaría partir de la premisa de que yo, por circunstancias varias, no he sido madre y el tema me puede quedar lejos.

Ser madre es un acto de absoluta y pura generosidad. Va más allá de la necesidad de sentirse completa como mujer, de que te apetezca, te toque, o del deseo de aliviar una soledad muy difícil de paliar. No tiene nada que ver con lo que quiero para mí, sino lo que quiero para otro: cuidado, protección, una vida digna y, por supuesto, amor. El necesario para que esa persona crezca sintiéndose segura, querida y feliz. Para mí es muy similar a ese acto creador de Dios en el relato del Génesis: no crea para un fin que culmine en sí mismo, ni por un alarde de que puede hacerlo. Crea por el mero hecho de darse por completo. Así entiendo yo la maternidad. Por ello, no poder ser madre es una frustración enorme para muchas mujeres, porque es no saber qué hacer con todo ese amor que pide entregarse de esa forma concreta: trayendo vida.

Ahora bien: ¿todo vale para poder saciar ese deseo? Y aquí es donde cabe este tema de ultimísima actualidad: la gestación subrogada. Muchos dirán que es una cuestión de libertad, que cada mujer es muy dueña de su cuerpo, que al final se trata de hacer un bien… Podríamos dar muchas justificaciones, pero lo cierto es que es un asunto en el que surgen interrogantes éticos acerca de si nos vivimos como mercancía al servicio de otros más que como don y entrega a los demás. O de si queremos imponernos sobre lo que naturalmente no puede ser, creyéndonos que querer algo nos hace merecedores de conseguirlo a toda costa. O, simplemente de que, efectivamente, el dinero lo puede todo…

El poder, el amor, el deseo, la soledad… son muchos los temas que salen aquí, muchas las preguntas que, al menos para mí, se quedan sin responder. De todo esto me quedo con algo: es la generosidad la que llama a la vida. Lo que hay que cuestionarse es si toda llamada vale.

 

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