Hoy comienza el papa su visita a Mongolia. Un país enorme pero con muy pocos habitantes, y con tan solo 1500 cristianos, la mayoría en la capital. Un viaje que responde a la llamada de la Iglesia local y que tiene un tinte diplomático en un ambiente de guerra, y que sobre todo contrasta con el baño de multitudes que recibió Francisco en las JMJ de Lisboa hace menos de un mes.

Quizás esto es algo tan significativo como importante para nuestra Iglesia, donde se ven dos puntos clave de este pontificado: los jóvenes y las periferias. Y es justamente en las periferias donde emerge con fuerza nuestra identidad, pues gracias al otro nos cuestionamos quiénes somos realmente. Es en las periferias donde se dan más tensiones y es en las periferias donde se dan más persecuciones –que a veces cuestan la vida a mucha gente–, pero también es ahí donde se propicia el diálogo y donde nos enriquecemos mutuamente, aunque no se adore al mismo dios.

Creo que tiene algo de aprendizaje para el resto de la Iglesia universal, porque nos recuerda que el cristianismo comenzó con unos pocos discípulos en un ambiente hostil, y gracias a su audacia, a su testimonio y a su fe pudieron llevar la Buena Noticia al mundo entero. Y lo más fascinante de todo es que esta Iglesia de Mongolia es tan auténtica como el resto, y que es la misma Iglesia católica, aunque esté al otro lado del mundo.

Francisco no deja de mostrarnos el camino, ojalá que como Iglesia lo sepamos seguir.

 

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