Hoy comienzan en París los Juegos Olímpicos. Un evento mundial capaz de parar guerras y de centrar la atención de millones de espectadores en todo el mundo. De poner en el mapa a países de los que nunca hemos oído hablar, de recordarnos la nobleza de algunos referentes del deporte y de emocionarnos con grandes gestas e imágenes que quedarán para la Historia. Ya su fundador, Pierre de Coubertain, intuía que en el deporte había una sabiduría espiritual, y conocía bien la importancia de armonizar cuerpo y alma.

Estos días no ganan sólo los medallistas y sus respectivos países. Tampoco gana sólo la ciudad de París, las grandes marcas o los adictos a este tipo de eventos. En unos Juegos Olímpicos gana la humanidad, porque es capaz de reunirse y de festejar la vida, tanto en lo individual como en lo colectivo. Países y banderas distintas, todos ellos capaces de competir bajo unas mismas reglas para saber abrazarse unos instantes después. Es el sano patriotismo que sabe reconocer que bajo colores e himnos hay personas, lejos de prejuicios, armas e intereses de otro tipo.

En un mundo en guerra, donde a veces nos parece que gana la discordia y donde demasiadas vidas humanas caen en el olvido, hoy empieza una fiesta que pone a las personas al servicio del bien común por medio del sacrificio, del esfuerzo, del compañerismo y de la sana competitividad. Como ocurre cada cuatro años, gane quién gane, los Juegos Olímpicos seguirán siendo una gran noticia, y esto, hoy por hoy, no lo podemos olvidar.

 

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