«Cartas iban y venían desde Londres a Madrid» reza la segunda de las Sevillanas de la Reina compuesta por Manuel Pareja Obregón en 1983. Cuarenta años después, la tataranieta del rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia, protagonistas de la coplilla, tras acaparar todas las miradas en el desfile de las Fuerzas Armadas y la posterior recepción de SS.MM. los Reyes de España en el madrileño Palacio de Oriente, dicen que tomó un avión en Madrid rumbo a la capital londinense para estar con sus amigos. La sevillana parecía compuesta para ella. ¿Le habrán dado a la Princesa de Asturias además de lecciones de lengua catalana y vasca clases de sevillanas?
Hilos de Twitter han corrido especulando sobre la identidad del Caballero Cadete al que Doña Leonor y los Reyes sonrieron de manera especial durante el protocolario besamanos en el Salón del Trono el Día de la Hispanidad. ¿Quién será el chico? ¿Y su familia? ¿Habrá algo más que amistad? Parece que no.
Aunque vivamos tiempos que ensalcen la vulgaridad al rango de la más auténtica humanidad, escenas como la de estos días nos hacen comprender que no es la grosería sino la nobleza lo que nos humaniza.
Pero episodios como este también hacen despertar los bajos instintos de quienes, incapaces de salir del lodazal en que viven inmersos, se empeñan en seguir echando agua y barro a la enfangada realidad. No soportan la belleza de una familia unida y compartiendo una sonrisa cómplice cuya verdad sólo ellos conocen. A un mundo que absolutiza la idea de hacer lo que te plazca le repele ver a una joven que aun no ha cumplido la mayoría de edad asumiendo con alegría las responsabilidades de una vida tan regalada.
¿Y si escenas como estas nos hicieran abrir los ojos a la belleza que ya hay en nuestra vida? ¿Y si los supuestos amores de Doña Leonor, en vez de hacernos criticar lo «obsoleto» de la institución porque «habrá que ver quién es o quién no es el chico» nos llevaran a pensar cuáles son nuestros deberes y si los estamos cumpliendo con alegría? Sí, tú, igual que Doña Leonor, tienes deberes que te vienen dados por la familia y el país en que has nacido. La belleza del compromiso está en que excede nuestras opciones personales.
La sevillana comenzaba diciendo «es rubia como los trigos a la salía del sol, tiene los ojos azules como el romero la flor». Cuando Manuel Pareja Obregón escribió esta letra a Doña Victoria Eugenia de Battemberg no podía pensar que su tataranieta nos daría una lección de elegancia, alegría, responsabilidad y saber estar.