Nos hemos convertido en auténticos expertos en ir encadenando promociones, periodos de prueba, suscripciones gratuitas… En ir probando todo, pero sin comprometernos, sin ni siquiera plantearnos comprar el producto final. Solo por disfrutar de algo gratis.
Y es que lo gratis es el paradigma actual de lo atrayente. Y a la hora de vendernos sus productos las empresas no desaprovechan la oportunidad de hacernos sentir más inteligentes que el resto al descubrir una oferta nueva. O de que nos creamos que podemos engañar a la empresa de turno, a la plataforma que tiene esa serie que nos han recomendado y de la que haremos un maratón antes de que nos caduquen los 30 días gratis. No es algo nuevo, el supuesto anonimato de las redes y la creencia de que en internet todo debe ser gratis nos lo ha acentuado. Probablemente si tuviéramos que ir a una oficina de HBO y darnos de baja ante un empleado nos costaría mucho más que con un par de clics y un formulario online. Ya hasta están desarrollando una app que lo hará por nosotros. Ni siquiera tendremos que esforzarnos en una posterior baja del servicio.
Anhelamos una vida gratis. De recibir sin estar obligados a dar. Aunque, paradójicos como somos, al mismo tiempo que buscamos lo gratuito desconfiamos de la gratuidad. Desconfiamos de quien nos da sin esperar nada a cambio y buscamos la trampa. No vayamos a comprometernos de un modo estable con algo o con alguien. Quizás este sea el auténtico cebo que usan para engancharnos con lo gratis: «no será para siempre».
Asumimos que lo gratuito es lo que no compromete, lo que me pone a mí en el centro, recibiendo, sin exigir. Y por eso lo buscamos y peleamos por conseguir ese chollo. Los compromisos sin compromiso, los «ya iremos viendo, si eso». Aunque en el fondo –a veces muy en el fondo– sabemos que ese concepto de gratis que tenemos no existe.
La gratuidad es exigente. Requiere fortaleza, perseverancia, esfuerzo. No es tan fácil recibir sin dar nada a cambio, incluso cuando lo vivimos plenamente, es más difícil que dar sin esperar nada. Porque la desconfianza nos asalta. Porque seguimos teniendo en el ADN que solo es valioso lo que nos ganamos. Y recibir sin ningún mérito nos pone en alerta. Sin embargo, pocas experiencias vitales serán tan plenas como vivir en gratuidad, dando y recibiendo sin objetivos, agendas, comparaciones. Simplemente agradecidos y comprometidos.