El perfeccionismo es una cualidad que, en principio, parece positiva. En mi caso, busco hacer las cosas de la mejor manera posible, con atención al detalle y un alto nivel de exigencia. Sin embargo, cuando ese perfeccionismo llega a los extremos, puede convertirse en un obstáculo en lugar de una virtud. Mi suegro, sabio él en sus palabras, me lo dijo de forma clara justo cuando estaba a punto de empezar con un nuevo trabajo: “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”.

Esta frase me hizo reflexionar sobre cómo muchas veces, en el intento de alcanzar la perfección, terminamos paralizándonos. Nos obsesionamos con que todo esté exactamente como lo imaginamos y en este proceso, no avanzamos. Nos bloqueamos por el miedo a que el resultado no sea perfecto, cuando en realidad, lo importante es avanzar. En el fondo, lo bueno muchas veces es más que suficiente.

El perfeccionismo puede generar altos niveles de estrés y ansiedad, porque siempre nos sentimos insatisfechos, como si nada de los que hiciéramos fuera lo suficientemente bueno. Esto, no solo nos afecta emocionalmente, sino que también puede influir en nuestra productividad y en nuestras relaciones.

Aprender a aceptar lo “bueno” no significa conformarse, sino entender que, muchas veces, lo suficientemente bueno es lo que nos permite avanzar y mejorar con el tiempo. La clave está en saber equilibrar el esfuerzo por hacer las cosas bien con la aceptación de que la perfección es inalcanzable.

Al final, como decía mi suegro, es mejor hacer bien algo imperfecto que no hacerlo por el miedo de que no sea perfecto.

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