Si tuviera que dar cinco razones para leer este libro diría: (1) Merece la pena conocer a quien escribe. Dani es un jesuita políticamente comprometido con los empobrecidos de nuestra sociedad con una larga trayectoria de vida compartida y que intenta día a día hacer propuestas inteligentes por un mundo más justo. Y esto se trasluce en el libro. (2) Habla de sus experiencias, de las de sus amigos y gente que ha conocido. No se inventa historias. Hay vida detrás del libro. Vida que tiene que ser conocida y habitualmente es silenciada. En estas páginas cobra voz una realidad de la crisis que no se refleja en las cifras macroeconómicas y en las estadísticas anuales. (3) Tiene tres partes claramente diferenciadas, que organizan artículos diversos. Pero bien pueden leerse artículos separados, según la inquietud de cada cual. Aunque el tema es lo suficientemente importante como para que seamos ordenados y rigurosos. (4) Une aspectos que para muchos cristianos van separados, y cada vez se separan más. Espiritualidad y compromiso, bajo el principio ignaciano de la encarnación, del poner más amor en las obras que en las palabras. Dicho de otro modo, incide en la forma en la que hemos vivido, y estamos viviendo la crisis, y no nos deja indiferentes. (5) A estas alturas y en estos tiempos, jamás se me ocurriría invitar a leer un libro que dejase indiferente o no generara verdadera esperanza. Es más, no recomendaría un libro que generara un futuro facilón y vulgar, nacido de unas cuantas frases sencillas y llamativas. De lo que aquí se trata es precisamente de algo que nadie leería para darse enterado, sino para situarse en búsqueda y encontrar una guía exigente en esta inevitable tarea.
“En las sociedades modernas no sabemos cómo relacionarnos bien con “los pobres”. El ejemplo quizá más claro sea el de las personas que ejercen la mendicidad en la calle. Vamos paseando por la calle y nos encontramos con alguien que nos pide ayuda, generalmente económica. Entonces se agolpan en nosotros sentimientos, reflexiones, dudas, inquietudes, incomodidades, decisiones… ¿Qué hacemos? ¿Damos limosna o no? (…) y nos encontramos discutiendo con nosotros mismos y nuestros sentimientos; convirtiendo el problema de la ayuda en un asunto del yo.”