Porque puede ayudarnos a comprender que la fe y la experiencia no son contradictorias, y así constatar que «hoy, se hace necesaria una propuesta teológica para proteger espiritualmente la experiencia. Que no la ahogue, pero que tampoco la deje a merced de credulidades, distorsiones y manipulaciones. Que ayude a entender y a discernir lo que se vive. Que rompa el techo de cristal que separa la oración y el estudio» (p. 15).
Porque el libro nos ayuda a leer nuestra realidad líquida y secularizada desde un punto de visto religioso. O, mejor aún, nos hace comprender que, en muchas de las búsquedas de lo trascendente de nuestros contemporáneos, o en expresiones de la fe que podrían parecer ya superadas o de otra época, late una búsqueda de espiritualidad que nace de la desconfianza posmoderna de las religiones convencionales y la búsqueda de la experiencia en lo desinstitucionalizado. Dentro de esta corriente, se engloban las prácticas provenientes de las espiritualidades orientales (incluso en su vertiente más secularizadas), la recuperación de la religiosidad popular, los encuentros masivos o con tintes de espectáculo de algunos eventos religiosos, las peregrinaciones en las que el límite entre lo deportivo, lo cultural y lo religioso no está claro, el góspel, las nuevas modalidades de retiros basadas en la experiencia etc.
De la mano del autor, se descubre que no todo es peligro ni todo es oportunidad en este tipo de manifestaciones que, por otro lado, se enmarcan perfectamente dentro de nuestro mundo sensitivo y experiencial. Por ello, afirma que «encontrar el equilibrio adecuado es uno de los retos de la pastoral de la posmodernidad. Hay que buscar una experiencia auténtica que suscite y reafirme la fe y, a la vez, una fe capaz de generar vivencias que involucren toda la persona. Hay que evitar que la experiencia personal escape de la criba de la crítica racional. Pero también resulta peligroso confundir la fe con un determinado discurso intelectual. La fe sin experiencia languidece. La experiencia sin reflexión y sin compromiso se corrompe» (p. 54).