Porque Olaizola sabe poner palabras a una realidad presente y que al resto nos costaría mucho formular. Al mismo tiempo, su sencillez hace que el lector vaya recorriendo su propio camino y, como diría el bueno de san Ignacio, pueda «reflectir para sacar provecho». En el fondo, es un libro que muestra cómo Dios se manifiesta en la vida de cada uno y cómo la vida de los jesuitas puede ser una buena opción, más allá de los tópicos, los miedos y las infinitas simplificaciones.
Como ocurre siempre con Olaizola, es complicado no sentirse interpelado.
El seguimiento como relación personal con Jesús se da en todas las vidas. No somos los únicos compañeros de Jesús. Lo somos, en todo caso, de una manera. Pero también vive una relación personal con Jesús cualquiera que se llame cristiano. No es que haya unas vocaciones audaces y otras convencionales. Toda vocación, tomada en serio, implica contundencia, convicción y entrega. Del mismo modo, cabe acomodarse y vivir existencias tibias en cualquier camino.
Todos tenemos resistencias y miedos que, en ocasiones, nos quieren paralizar. Y hay que intentar ponerles nombre y despojarlos del poder excesivo que en ocasiones les damos.
Y al final, todo vuelve al amor. El amor es aspiración, anhelo y motivo común que puede dar sentido a todas las vidas.