La tradición de las siete palabras viene asociada al tiempo de Semana Santa desde hace muchos siglos. Hoy vivimos en un mundo en el que las imágenes están sustituyendo a las palabras y, sin embargo, el evangelio sigue poniendo su acento en eso que llamamos “la palabra de Dios”. Aquellas de las que se ocupa este libro son las últimas de una vida, la de Jesús; las únicas que rompieron el silencio de ese tiempo largo de pasión y sufrimiento hasta su muerte. Palabras de un moribundo que pueden dar vida a todos los que de alguna manera soportan hoy la pasión de Jesús o caminan cerca de ellos.
“Cada uno de nosotros se ve empujado hacia Cristo por una modalidad diferente de amor. Pero no solemos reconocer a nuestro Dios en los otros tipos de amor de otras personas. Podemos despreciar su fe por juzgarla tradicional o progresista, sentimental y mojigata, o intelectual y abstracta. Podemos verla como una suerte de amenaza que debemos combatir con la expulsión. Pero allí, al pie de la cruz, somos una misma familia…Se nos ha encomendado la labor de sobrepasar todas las fronteras y hostilidades que dividen a los seres humanos y de decir: «Aquí tengo a mi hermano», «Aquí tengo a mi hermana”.