El autor sabe radiografiar con precisión cómo es el ser humano en este rincón del mundo. Frente a un mundo utilitarista, la humanidad necesita recuperar espacios para impregnarse de aspectos tan importantes como la dimensión poética o la belleza alejadas de la rentabilidad imperante. Aquellos puntos donde la lógica del mercado no tiene la última palabra, y sin embargo sí la tienen la gratuidad, la profundidad y, por supuesto, el amor. Se trata de una obra más que necesaria para encontrar sentido en este siglo XXI y que no deja a nadie indiferente.
¿No es curioso que en un mundo saturado de odios irracionales que amenazan a la civilización misma algunos hombres y mujeres –viejos y jóvenes– se alejen por completo o parcialmente de la tormentosa corriente de la vida cotidiana para entregarse al cultivo de la belleza, a la extensión del conocimiento, a la cura de las enfermedades, al alivio de los que sufren, como si los fanáticos no se dedicaran al mismo tiempo a difundir dolor, fealdad y sufrimiento? El mundo ha sido siempre un lugar triste y confuso; sin embargo, poetas, artistas y científicos han ignorado los factores que habrían supuesto su parálisis de haberlos tenido en cuenta. Desde un punto de vista práctico, la vida intelectual y espiritual es, en la superficie, una forma inútil de actividad que los hombres se permiten porque con ella obtienen mayor satisfacción de la que pueden conseguir de otro modo.