Nos alimenta preguntarnos activamente por quién es Jesús, el Cristo, y por qué recibe esos títulos, y por qué entablamos con Él una relación tan especial. Nos alimenta con solidez y consistencia, después de muchos relatos y narraciones, después de encuentros y experiencias de todo tipo. De algún modo, esta formación ordenada nos consolida y fortalece, ayudándonos a encaminar ciertas respuestas y razones de nuestra fe. En el libro, como se verá, no se ahorran dificultades, ni tampoco se hace una presentación débil del misterio cristiano. Es más, a lo largo de sus capítulos se verá la enorme cantidad de relaciones que tiene con otras dimensiones fundamentales de la vida cristiana: el Dios Trinidad, la misión del Espíritu, las propias búsquedas, la relación con el otro, el compromiso con el mundo, la importancia de la misión, la vida eclesial, la liturgia y oración, la acogida de la revelación, la vocación al seguimiento…
“La condición filial es recepción, pasividad y procedencia. La predisposición de Jesús al servicio solo puede comprenderse como la consecuencia de este saberse recibido: “Porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10,45). Además, el Padre es donador porque envía: “El Padre me ha enviado (Jn 5,36; también cf. Jn 3,17.34); y el Hijo es don porque ha sido enviado: “El que recibe a quien yo envié me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado” (Jn 13,30; cf. también 10,36). “El acto de Dios para con el mundo se expresa como un envío y la situación específica de Jesús como una procedencia.” Por tanto, Siervo y Enviado son denominaciones equivalentes a la de Hijo.” (p. 150)