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 El autor de las Crónicas de Narnia y de las Cartas del diablo a su sobrino nos narra su encuentro con Aquél con quien no quería encontrarse.

En este libro C. S. Lewis se decide a contar su conversión del ateísmo al teísmo y de ahí al cristianismo. Como pasa con sus obras tanto de crítica como de ficción, los vericuetos de su conversión se leen sin apenas darte cuenta de que estás acompañando al autor en un largo camino de profundos recuerdos: desde los juegos y las primeras letras de la infancia a las emociones de la adolescencia, hasta el comienzo de la madurez. ¿De qué se valió Dios para hacerse el encontradizo con Lewis? Dicho muy llanamente: de la belleza y de la alegría. Y como tantas veces sucede en el encuentro con Dios, desde Jacob hasta hoy, el camino hasta llegar a Él estuvo jalonado por una serie de luchas y de desmontajes de concepciones erróneas y despistantes de Dios de las que el autor tuvo que liberarse hasta poder “ser cautivado” definitivamente por el Dios de Jesús, que no puede ser sino el Dios de la Alegría. Como Lewis mismo declara, se trata de una obra “insoportablemente personal”. Y es cierto, porque, como sucede con toda historia que sale directamente del corazón, cuando se ha comenzado a leerla, cuesta trabajo interrumpir su lectura. 

 “Aquel a quien temía profundamente cayó al final sobre mí. Hacia la festividad de la Trinidad de 1929 cedí, admití que Dios era Dios y, de rodillas, recé; quizá fuera, aquella noche, el converso más desalentado y remiso de toda Inglaterra. Entonces no vi lo que ahora es más fulgurante y claro: la humildad divina que acepta a un converso, incluso en tales circunstancias. Al fin el hijo pródigo volvía a casa por su propio pie. Pero ¿quién puede adorar a ese amor que abrirá la puerta principal a un pródigo resentido, mirando en todas direcciones y buscando la oportunidad de escapar. (…)

 Debe quedar claro que mi conversión fue sólo al teísmo, pura y simplemente, no al cristianismo. Aún no sabía nada de la Encarnación. (…) Cuando fui empujado por la puerta no salía ninguna melodía de dentro, ni había olor de orquídeas eternas en la entrada. Ningún tipo de deseo estaba presente. Creer y orar fueron el principio de la extroversión. Como suele decirse, me habían hecho salir de mí mismo.”

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Editorial

Encuentro

Año de publicación

2008

Páginas

189

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