El autor fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1951, principalmente por esta obra. Abarca la vida de Barrabás desde el momento en que le sueltan hasta el día de su muerte, ya de anciano. Me parece que el gancho y la actualidad de este relato está en el desgarro interior que recorre toda la vida de Barrabás. Un “algo extraordinario” descubierto en ese prisionero al que van a crucificar en su lugar, despierta en él una búsqueda y un deseo de creer insaciables. Sin embargo, ambas tendencias vitales, una y otra vez, van a tropezar con los muros de la duda, la falta de pruebas, la culpabilidad, etc. Quizás, como en el caso de Barrabás, la poca o mucha fe que tenemos se sostiene a menudo más en el testimonio de otros creyentes que caminan a nuestro lado, que en nuestra propia experiencia o trayectoria. Él no supo o no quiso agarrarse a esa fe de los otros, tal vez nosotros, cuando nuestra fe flaquee, sí podamos y tengamos el valor de hacerlo.
“Aquella noche soñó que se hallaba encadenado a un esclavo que rezaba a su lado, pero a quien no podía ver. -¿Por qué rezas? -preguntó-. ¿Para qué sirve rezar? – Rezo por ti –contestó el esclavo con una voz muy reconocida, que salía de las tinieblas. [ ] Y entonces Barrabás se quedó completamente inmóvil para no molestar al que rezaba, y sintió sus ojos de anciano que se llenaban de lágrimas. Pero cuando se despertó y buscó a tientas en el suelo la cadena, no la encontró y tampoco al esclavo. A nadie, pues, estaba ligado. A nadie en el mundo entero.”
