Levántate, coge tu camilla y vete… esta frase tan potente del Evangelio se me vino estos días a la cabeza.
 
Estamos viviendo una especie de inmadurez personal y social que se percibe claramente en la cultura de la queja. Nos quejamos de todo y de todos, pero siempre haciendo una lectura externa: todo lo que nos pasa es culpa de algo o de alguien externo a nosotros. Esta actitud es claramente inmadura porque elimina la responsabilidad que tenemos sobre nuestras vidas. Los ejemplos son constantes: quejas del trabajo, del cansancio, de los compañeros, de las familias, de la situación social, etc. Y es que, siendo verdad que todos tenemos derecho al desahogo y a la pataleta (y es sano hacerlo), otra cosa es interiorizar esta actitud como modo de vida.
 
Por eso, la frase del Evangelio nos puede ayudar a cambiar el sentido de lo que nos toca vivir:
 
Levantarse es una propuesta a pasar de ser espectador y víctima, a protagonista principal de nuestra vida.
 
Coger la camilla es aprender a aceptar la vida en su totalidad, asumiendo sus luces, sus sombras y sus contradicciones. Asumiendo que la vida tiene estas dos caras y que en todo hay gracia.
 
Andar podría ser una invitación a la acción: proponer, actuar, tomar la iniciativa (y cambiar lo que sea necesario y esté en nuestras manos).
 
Quizás es más fácil acomodarse en la queja y en la resignación. Pero el Evangelio nos llama a coger nuestra camilla (que no es otra cosa que aceptar lo que somos y lo que nos toca vivir), para después ver qué podemos hacer para cambiarlo, reconociendo lo que está en nuestras manos y dejando lo demás a la Providencia.
 
Pues eso, madura. Si no te gusta lo que ves o lo que vives, cámbialo. Tienes capacidades y posibilidades para hacerlo y en este camino puedes estar seguro de que Dios estará contigo. 
 
Adelante.
 
 

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