En estos días estamos intentando retomar el tema del orden en casa, en especial con nuestros hijos (cada vez les exigimos menos y les hacemos más… ¡qué gran error!, aunque de esto ya hablaremos otro día…).
Reflexionando para ver cómo ayudarles, hemos llegado a la conclusión de que el problema está en que nuestros hijos pasan por las distintas habitaciones y no ven lo que está desordenado. No pueden ordenar porque no perciben el desorden. Por ello, quizá lo primero sea enseñarles a ver. Así que, vez que hay algo desordenado en casa los llamamos y les décimos: «dime, ¿qué ves?»
Quizás esto mismo nos puede servir para comprobar si nuestra vida de fe se traslada y empapa lo que vivimos o es simplemente un adorno.
Cuando somos capaces de ver en una situación difícil no una queja sino una oportunidad de servicio. Cuando vemos en el conflicto una oportunidad para crear lazos. Cuando vemos detrás de las apariencias externas tantas necesidades. Cuando vemos en la soledad y el aislamiento una oportunidad de regalar gestos de afectividad y cercanía… En definitiva, cuando descubrimos que detrás de cada situación que la vida nos presenta podemos hacer una lectura desde el Evangelio y no desde lo superficial; todo cambia y eso marca la diferencia.
Por eso, quizá la pregunta que tenemos que hacernos ante lo que la vida nos depare es: ¿Qué ves?