La palabra corrupción vuelve a estar de moda, sencillamente porque nunca se ha ido, y nunca se irá, por mucho que los políticos siempre piensen que está en el bando contrario y que lo de uno nunca es para tanto. Sin justificarlo un ápice, es algo genuino en parte de las instituciones, y más si hay dinero, éxito y placer de por medio. Y es algo propio de todo ente formado por un agregado de realidades, desde un edificio hasta cualquier ser vivo. Lo cual, insisto, no justifica ni mucho menos el espectáculo lamentable y deleznable que al que estamos asistiendo en España.
Las preguntas que surgen son muchas, y la mayoría no serán respondidas, ni por la UCO, ni por el juez, ni por la prensa, ni por los propios responsables. Yo me quedo con una: ¿en qué momento dejas de servir a la sociedad para aprovecharte del sistema? Lo demás ya es dejarte caer por la pendiente resbaladiza de la degeneración moral en la que nos retozamos. Cuestión de tiempo.
Supongo que, en este caso, mucho pasa por la supremacía moral: pensar que estás por encima del bien y del mal, y que el sistema te debe algo y que tú estás humildemente por encima de todos. O que el sistema eres tú, porque el caciquismo no es cosa de otro tiempo. Que las normas que tú impones son para otros, porque tú bastante tienes con existir, y el mundo lo ha de agradecer, porque tú lo vales y eres dueño y señor de la verdad, no como los otros.
Ojalá no dejemos que esto nos haga mirar para otro lado, asumiendo que el mundo necesita políticos de calidad, y que para que el sistema funcione, nos urgen personas honradas e íntegras, algo que por lo que parece no abundan. Y sobre todo, estamos aquí para defender la verdad, nunca para creernos poseedores de ella.
