No sé si alguna vez, cuando aparece una noticia en prensa digital, sea del medio que sea, te paras a leer los comentarios de la gente. Confieso que no siempre lo hago, pero alguna vez, cuando tengo algo de tiempo o la noticia mueve al escándalo, me entretengo leyendo lo que los demás opinan y dicen. ¡Sé qué piensas que algo de morbo hay! Hace unos días salía en prensa digital una estafa a un sacerdote del barrio madrileño de Salamanca. Un par de jóvenes, de 22 y 19 años, a golpe de mensajes de WhatsApp: «Paga 10.000 euros o publicamos tu vida íntima». Supongo que la intención era cobrar ese dinero y apurar al pobre sacerdote metiéndole miedo. Cuando nos sentimos presionados y aterrados, dejamos de usar nuestras capacidades intelectuales y sólo nos guiamos por la emoción. Perdiendo quizás todo juicio. Siento el espóiler: el sacerdote no tenía nada que ocultar, fue a la policía a denunciarlo antes de pagar algo para que se callaran y le dejaran en paz. Caso cerrado.

Pero un caso así mueve a la gente. Tras un episodio de este tipo, la imagen del pastor, queda cuestionada. De ahí brotan dos miradas, recogidas por los evangelios. La mirada de los que sólo se dejan guiar por lo que ven –como los fariseos que enjuiciaban a Jesús por comer los sábados o no lavarse las manos según los ritos legales–; dicho de una forma más llana y popular, «si el río suena es porque agua lleva». Muchos pensaran que el cura implicado algo tenía que ocultar, que no vive su vida como mandan los cánones, que sería un pervertido, y muchas otras cosas. Esos pedirán la condena, la investigación del cura, o incluso, el que pague si tiene algo que esconder. Esa mirada lanza un juicio sin datos, dejándose llevar sólo por que, en nuestra idea colectiva, todos tenemos algo que ocultar que no queremos que salga a la luz.

Está la otra mirada, la de Jesús. Una mirada que va a comprender, a fijarse en los detalles, a ver y digerir antes de condenar y enjuiciar. Es la mirada de la compasión en la fragilidad, de la acogida en la indefensión, del que anima a la valentía, del coraje en la denuncia. De esos, tenemos el evangelio lleno. Valgan sólo de ejemplos Zaqueo o Mateo, ambos recibidos por el Señor no con juicios previos, sino con misericordia y ternura. Creo que todos nosotros, sobre los pastores y sobre todos los demás, podemos tener miradas así. Acogiendo que, probablemente, siendo pecadores también son hombres servidores de la misión, que intentan vivir con esfuerzo y coherencia la llamada recibida.

En el mundo de hoy necesitamos miradas así. Acallar un poco nuestra sed de justicia, para intentar acoger y comprender antes que condenar. Claro que la justicia es necesaria, pero también lo son el perdón y la paz.

 

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