Hay quien mira la realidad desde su gran afición, y su punto de vista invade conversaciones y su historial de internet, y eso condiciona sus hábitos y buena parte de sus pensamientos. Otros miran, el mundo desde las ideologías, y clasifican personas, problemas y noticias en función del color de una papeleta. Por supuesto que hay otros que lo hacen desde sus afectos, sus fobias y desde sus obsesiones, y barren para los suyos, y su mirada también será sesgada.

Los cristianos tenemos, como el resto de mortales, esa misma mirada. Sin embargo, la que nos hace particulares es la mirada de la misericordia. Por algo el papa Francisco insiste en que la misercordia es la viga maestra sobre la que se apoya la Iglesia. Y esa mirada nos hace ver a las personas más allá de las etiquetas y de las categorías. Sabe reconocer que la dignidad humana tiene un valor infinito y se deja afectar tanto por el dolor ajeno, que no se queda cruzado de brazos y nos lleva a actuar con todo nuestro ser, con toda la pasión.

Eso sí, conviene tener en cuenta que la mirada que esta es la mirada de Dios, y que no viene de la nada. Para mirar con misericordia hay que aprender a entrenar la vista. Por eso, para afinar la mirada es necesario pararse, cambiar de perspectiva, escuchar cada palabra y estar atento a los gestos, percibir el silencio y saber mirar más allá. Solo así descubriremos que nos habla a través de cada criatura y que nos llama compadecernos en medio de nuestra realidad.

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