Hay días en que la realidad se vuelve difícil de comprender, y hoy, sin duda, es uno de ellos. El asesinato de Charlie Kirk, en un acto público y grabado, es simplemente un reflejo de la sociedad en la que estamos. Una sociedad en la que la confrontación supera al diálogo y, en ocasiones, llegando hasta este extremo, la vida del otro parece no ser tan importante como nuestra opinión.
Podemos discrepar de las ideas de una persona, incluso rechazarlas. Y de hecho, personalmente creo que es algo positivo que haya cierta confrontación, pero siempre y cuando esta lleve a crear y generar algo bueno para el futuro. Lo malo es cuando la confrontación se convierte en un fin.
Y es que, cada vez que nos encontramos con la violencia, sin que sea necesario llegar a este grado, deberíamos preguntarnos a nosotros mismos: ¿qué palabras usamos?, ¿qué actitudes presentamos?, ¿qué sembramos? Es fácil señalar al que disparó, pero más difícil es reconocer que todos podemos ser cómplices cuando alimentamos el odio, cuando preferimos el enfrentamiento a la escucha o cuando dejamos que nuestro orgullo se imponga al corazón.
En esta oscuridad, para mí, Dios juega un papel fundamental. Nos presenta una idea que sí es realmente radical y a la vez gratuita: su amor. Y nos enseña que este puede abrir nuevos caminos. Ojalá que esta tragedia, al igual que tantas otras del día a día, nos despierte a todos para elegir el amor, la vida y la paz que Dios nos propone como camino.