Una simple búsqueda en Google sobre el uso que realizamos de la tecnología es escalofriante: cada día gastamos en torno a seis o siete horas delante de una pantalla y a veces incluso mucho más. El pronóstico extendido del tiempo, compras por Amazon, partidos de fútbol, series y también gran parte del trabajo o estudio que nos toca realizar se concretan con un dispositivo en la mano. Estamos totalmente invadidos por imágenes y sonidos que se emiten por una innumerable cantidad de ordenadores, gadgets, móviles. Pensábamos que con internet habíamos alcanzado el culmen del desarrollo, pero no es así. La inteligencia artificial hoy golpea con fuerzas nuestra cotidianidad. Dentro de un par de años vaya a saber uno qué nueva programación nos organiza y gobierna la vida.
Cabe entonces preguntarse si quedan espacios en donde el contacto interpersonal de calidad sea posible, donde el silencio este bien visto y en donde se pueda entrar en otra sintonía, la del Espíritu. Esos espacios en principio existen. Uno de ellos son los grupos de fe en donde deberíamos aparcar los ruidos externos y dejar para otro momento el WhatsApp o el Insta. Un lugar donde poder ser y encontrarnos con la Fuente. Pero el poder de la virtualidad ha traspasado estas barreras también. Pareciera que no si no tenemos el móvil en la mano mientras estamos reunidos o bien si no empezamos a hablar de las stories ya nada tiene sentido. Puede ser todo muy espiritual, pero si no estamos en la red no existimos…
Para muchos el verano pasado estuvo marcado por la JMJ, que es la actividad de pastoral juvenil de la Iglesia por excelencia. La tecnología fue un aspecto central de la organización. ¿Qué hubiéramos hecho sin la aplicación Lisboa 2023? ¿Cómo hubiéramos hecho para movernos, para coordinar con nuestros grupos, saber dónde pedir comida, dónde asistir a las catequesis, etc.? ¿A quién no le viene en mente el uso de los drones en la vigilia? Las preguntas son correctas y hay mucho de verdad en la utilidad y el buen uso que hubo de esto y que también hay cuando se ponen a disposición del bien común y el anuncio del Evangelio. Pero la vida no termina ahí. Son un medio y no un fin. Y pienso que es aquí donde nos confundimos. Las pantallas nos pueden ayudar a encontrarnos con los otros y con el Otro. En nuestro grupo o en la JMJ. Pero no podemos reducir todo a la imagen de una pantalla.