Cada vez que voy al Pórtico de la Gloria me detengo para contemplar a mi tocayo el profeta Daniel. Y lo hago, no solo porque sea una de las obras más prodigiosas y enigmáticas del Cristianismo, sino también porque, como dicen algunos, su rostro tiene una de las sonrisas más contagiosas de la Historia. Así, al mirar al profeta, uno no puede evitar sonreír, cosa que se advierte en la mayoría de los visitantes que se cruzan con su imagen.

Sobre la sonrisa de Daniel existen varias teorías, más técnicas, más artísticas y más jocosas. Pero, reconozco que, como sacerdote e historiador del arte cristiano, la que más me convence es la explicación teológica y creyente. Porque no podemos olvidar que, a pesar de que a nosotros pueda parecernos que tiene un lenguaje extraño y apocalíptico, el libro de Daniel contiene un mensaje lleno de esperanza. En medio de una situación de angustia y sufrimiento, la profecía de Daniel habla de un futuro mejor, marcado por la llegada de un Hijo de Hombre, que reinará sobre aquellas realidades que oprimen al pueblo de Dios.

Sabiendo esto, es más fácil entender no solo por qué Daniel sonríe en el Pórtico, sino también por qué su imagen, hecha de fría piedra de granito, es capaz de esbozar y contagiar sonrisas de carne y hueso que transmiten calor y alegría. En el fondo, el Daniel que tallara el Maestro Mateo, puede interpretarse como una alegoría de lo que todos nosotros estamos llamados a ser: portadores de un mensaje de esperanza de cara al futuro que, por estar basado en la confianza en Dios, transmite una alegría y una tranquilidad que contagian y transforman los ambientes en los que nos movemos.

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